En algún momento de las últimas semanas, en Estados Unidos varias personas (miles) se preguntaron “qué onda estos nuevos galanes”, un grupo de anglosajones blancos de rasgos marcados y orejas puntiagudas que coparon todas las películas, series y tapas de revistas. Son chicos con orejas separadas, narices prominentes, mandíbulas afiladas y pómulos que, se supone, salen de la belleza típica del star system.
Pero lo llamativo no es que sean “bellezas alternativas”, sino que sean tantos, de golpe, y con las mismas características murinas, al punto de que algunos son muy parecidos entre ellos. Una suerte de invasión.
Obviamente, los medios se hicieron eco de este fenómeno de neo-facheros y los bautizaron al instante, sin hacerse el menor problema por el nombre: les pusieron “rodent men” (“hombres roedores”). Con ellos, fundaron una nueva categoría de belleza y ampliaron, en el camino, un mercado que ya se había saturado en la industria del cine, que se viene adaptando rápidamente a los tiempos donde las “personas normales” invadieron el mainstream.
En este grupo #GuaposConCaraDeRatón entran el actor de The Bear, los de la nueva película de Zendaya, Adam Driver y muchos más. Me gustan varios y, a mi entender, el término correcto sería hot marsupial.
Antes tenías que ser Paul Newman para tener seguidores en YouTube, pero ahora podés ser el chico lindo de la serie teniendo facciones -según indicaron los diarios- arratonadas. Y aunque suene despectivo, es totalmente lo contrario: estos actores y modelos no son antigalanes, son lindos, deseables y cancheros. Con el detalle de que tienen un aire roedor, aspecto que, una vez señalado, no puede dejar de notarse.
El hecho de que nadie se ofendió con el mote “hot rodent boyfriend” demuestra también que si te dicen que sos linda/o, no te ofendés prácticamente con nada.
Se supone que lo de “rodent” empezó como un chiste en redes sociales que se viralizó. Pero esta presunta espontaneidad es tan inchequeable como sospechosa: probablemente haya nacido en un focus group de Disney, donde un comité de expertos ratificó que la gente empatiza un poco más con personas “normales” que con Jacob Elordi, sin llegar al extremo de contratar a personas “realmente normales” (antes Disney se suicida). Por eso a los rodent los mandaron a hacer fierros y a vestirse con ropa de diseñador. Como ganancia extra, una cara rara le da un aire “indie” a cualquier película comercial de mitad de tabla, como la última de Luca Guadagnino.
Otro punto a tener en cuenta es que están desplazando a la tendencia masculina previa, la de los golden retriever, que a su vez corrieron a los lumbersexuales que compitieron con los “boy next door”. Estas categorizaciones se convierten la fuente de reels, memes y toda clase de contenido de redes sociales y portales (y este texto), y potencian a los famosos que pueden ser incluidos en uno u otro grupo. Técnicamente sirve de excusa para salir en notas o edits.
Aquí, una breve encuesta: https://www.buzzfeed.com/sarathompson1/hot-rodent-boyfriend-poll-quiz
La rodentmanía llegó entonces para ratificar que la belleza está digitada por las corporaciones que encontraron una salida políticamente correcta a la exigencia de diversidad y la necesidad de conectar con el público joven, tradicionalmente el más consumista. Y con su magia, el cine convirtió a un grupo de muchachos corrientes en galanes y los legitimó en una categoría nueva, con la que mantiene a raya lo normativo y evita que se desborden los límites aceptables de la pantalla: los roedores guapos son hegemónicos desde el dedo gordo hasta el cuello, y únicamente en la cara están algo, muy ligeramente corridos, apenas un milímetro, o nada, de la convencionalidad. Al final es un bluff, atado a la necesidad permanente de hacer micro-categorías (e hipersegmentar absolutamente todo). La fealdad es un tabú y la sociedad del espectáculo no está lista para asumir que el ser humano es, generalmente, poco agraciado.
¿Quiénes son? Identificarlos requiere agudeza comparativa, no se trata de cualquier narigón ni cualquier orejón. Un roedor es una rata, pero acá hablamos de hamsters o ardillas o ratoncitos cute, entonces la línea es difusa. ¿Cuál es el referente argentino, Juan Minujín? ¿Nahuel Pérez Biscayart? Por favor, sugiera su rodent local.
De las batallas culturales, la del canon de belleza debe ser una de las más jodidas. Cambiar de doxa o de rumbo político es fácil (conocemos muy bien los volantazos), pero el tema de la cuestión estética es durísimo. Empecemos por el hecho absolutamente certificado de que si alguien no consideró jamás en su vida ser más gordo, ser más flaco, ser más o menos narigón, haber deseado nacer como otra persona, es un psicópata.
Lo de lindo/feo tiene siglos de historia y los rasgos que nos gustan se fueron enquistando en la iconografía, en todas las imágenes que vemos alrededor, y que nos fueron moldeando el cerebro de generación en generación, probablemente para mal. Eso estuvo mediado por artistas que retrataron a las personas y mecenas con suficiente plata como para pagarles, así que es innegable que también hay una cuestión de estrato. Ni hablar del factor biológico (la semiótica empieza por ahí, por lo animal) que hace más difícil el asunto.
Aclarado esto, es muy importante ser consciente de por qué nos gusta lo que nos gusta. Hay mil factores que operan y mucha literatura escrita. Un consenso de entre tantos es que, si algo nos parece lindo, es porque mayoritariamente un sector “dominante” o que respetamos dice que es lindo. A veces funciona al revés.
Entonces puede pasar que algo que no veíamos como deseable (incluyéndonos a nosotros mismos) de repente se convierta en algo genial, solo porque un día un grupo de gente se le ocurrió que está buenísimo y logra que eso funcione. O pasa lo contrario y te perjudica. A veces el capitalismo actúa de formas misteriosas y es una gran noticia, porque quizás caigamos, de casualidad, en una categoría que nos lleve a la punta de la pirámide.
Adiós
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