Hay guerra en Medio Oriente, no importa cuando leas esto. Desde que la historia fue escrita, el mundo árabe se odia entre sí por razones muy poco comprensibles para los que seguimos el asunto desde Canal 26. Conscientes de las diferencias culturales y de su identidad explosiva, es imposible pretender que otro conflicto bélico nos sorprenda o nos interpele. ¿Es otra guerra o es un continuum? No hay manera de saberlo.
Por afinidad, tradición y otros motivos -sin contar con mi ADN 7% full diáspora- me simpatiza más el lado israelí, donde se visten mejor, tienen humor y no te matan a piñas por salir de tu casa sin un pañuelo en la cabeza. Me encanta el occidente. Claro que su gobierno me parece pésimo y las ocupaciones un delirio. Pero hasta ahí me permito analizar en público, desde la comodidad de mi sillón, un conflicto que tiene siglos de arrastre y de idiomas y pueblos que escriben de derecha a izquierda y no sé cómo se pronuncian.
A veces largan el escudo antimisiles para intentar recordarnos que el drama es real, que hay miedo, que hay artillería letal. Pero falla totalmente en su cometido: es demasiado espectacular y el mundo entero lo AMA.
-Viste que prendieron el DOMO DE HIERRO?
-ES HERMOSO
*Intercambian videos
Si querían conmoverme, no le habrían puesto un nombre tan genial como “Iron Dome”. Gracias a esta belleza, ninguna bomba tocó suelo israelí en la semana. De todas maneras, el Gobierno argentino armó un escándalo y afirmó, gratis , que “no está a favor de la paz”. Ni siquiera en Israel -donde los sábados se reúnen para protestar contra la guerra- se había hecho tanto drama. Pero Patricia Bullrich (hoy ministra) entró en un frenesí místico y acusó a Chile y Bolivia de proteger terroristas, para luego disculparse por haberlo inventado. Muchos salieron en defensa de Palestina y contra el sionismo vía Twitter, aprovechando el envión. Y así fue como, tras un raid de 24 horas donde parecía que algo importante iba a ocurrir, no sucedió absolutamente nada.
En medio de toda la batahola, Luis Petri salió eyectado del placard y la 'Tercera Guerra Mundial' -tal como se fogoneó el asunto en redes- no arrancó, pero se hizo tendencia durante toda una tarde. La subtrama de memes virales fue la de Alemania -por volverse a ilusionar - , Nelson Castro y la república del Perú.
Con parientes en el lugar o en zonas donde podría explotar algo -como Buenos Aires o capitales turísticas- tiene sentido subir el volumen del noticiero, o sólo el primer día del conflicto, que nos recuerda lo feas que somos las personas a nivel especie. Pero el horror no toca ninguna fibra sensible cuando nos queda lejos (literal o figurativamente) o se hace crónico, como la guerra de Ucrania o Siria.
El desdén aumenta si no podemos siquiera señalar la zona en el mapa.
Dice la IA que Irán limita “al Norte con Armenia, Azerbaiyán, el mar Caspio y Turkmenistán; al Este con Afganistán y Pakistán; al Oeste con Turquía y con Irak; y al Sur con el Golfo Pérsico y el Mar de Omán”. Clarísimo.
De acuerdo a la teoría de la comunicación social, el radio de interés genuino sobre cualquier tema se limita a cien kilómetros, aproximadamente. Si es más que eso, se necesitan elementos que nos “acerquen” a la tragedia, para que nos genere emociones. “Un platense pelea en Israel con la camiseta de Gimnasia”, “Una señora sobrevivió por nombrar a Messi”.
El sentimiento perdido se recupera con las conexiones que nos puedan identificar con las víctimas: si se parecen físicamente, se visten y consumen más o menos lo mismo, el paisaje de fondo es reconocible o si su vida diaria podría como ser la tuya. Es decir, lo que la mente reconozca en su archivo de datos para concluir en que “te pueda pasar a vos”. Dentro de esta lógica, nos puede sonar mucho más lejano lo que pase en Almirante Brown que París, depende de cada hecho puntual.
Cuando todo falla y la culpa nos invade por no sentir tanto, como me pasa ahora, razonamos desde la cara más básica de la humanidad, la menos refutable: todos son hijos de alguien, todos sufren, tenemos conciencia del bien y del mal. Nos aferramos a los valores que hacen grande y moralmente superior al laicismo.
En Occidente tenemos otra semiosis, y tanta es la diferencia que podemos recibir accidentalmente una fatua cuando menos lo esperamos.
Para estudiar culturas tribales y traducir el idioma, los antropólogos se iban directamente a vivir durante años a las aldeas. Compartir el día a día era la manera de intentar que la mente comience a operar desde otro lugar y entender la construcción única de los significados que determinan las categorías del mundo. La lengua, muchas veces, no tenía versión escrita, entonces había que ponerle letras a los sonidos y organizar en oraciones lineales expresiones orales, con todos los errores que eso conlleva. Los mitos y rituales, la concepción del pasado y el futuro, las ilustraciones, la medición del tiempo también actúan de manera diferente.
La falla de base está, según la antropología lingüística, en hacer todo el tiempo paralelismos y suponer que tenemos el mismo léxico para señalar las mismas cosas. Por este motivo, la salida más elegante es asumir que “es muy complejo” y hacer explícita la ignorancia, en la gradación que sea, sin caer en un relativismo (caducó el concepto). Me pregunto, también, si existe el humor musulmán.
El mundo occidental tiene otras maneras para intentar alcanzar la dominación mundial, pero no menos tóxicas que las orientales. La guerra acá no se llama guerra y camina más despacio y a traición. Como toda violencia psicológica, es sutil, difícil de describir y de enfrentar. ¿Cómo hablar de extractivismo sin que te tilden de idiota? ¿O sobre el daño irrecuperable que genera el liberalismo sin parecer kukardo? Es muy difícil.
Una trompada deja una marca clarísima, una bomba también, pero el asedio económico occidental no y la degradación simbólica se puede soslayar fácilmente con argumentos sólidos, en un masivo gaslighting poblacional.
En la esclavitud moderna local, además, podemos soñar con alguna salida, pero no sabemos jamás quién está moviendo los hilos. ¿Es Black Rock? Ni idea. No hay refugio para el love bombing de las alianzas político-financieras que nos llevan a una vida miserable crónica. Recuerdo que hace algunos años una familia de Siria se arrepintió de venir a Córdoba en un programa de refugiados y se volvió a Alepo. LO PREFIRIÓ.
Hablar de una tercera guerra mundial, en este contexto, es insostenible porque no hay un siglo sin un quilombo global. Partiendo de la experiencia adquirida durante tanto tiempo, si todo estalla, deberíamos afrontarlo con algo de aplomo, enviando a nuestros jóvenes a la franja de Gaza, aunque el gobierno ya informó que no tiene plata para reinstalar el servicio militar y que sólo les alcanza para comprar material obsoleto. Es una oportunidad histórica para que los más chicos puedan reivindicarse, como en el XX, cuando se anotaban voluntariamente para luchar por las causas que consideraban más importantes que sus vidas individuales.
Me conviene, sinceramente, que se entusiasmen para dar esa pelea por la libertad colectiva real, porque no quiero terminar con una burka puesta o con un hiyab enrollado en la cabeza. Y sólo por Akiva Shtisel me clavo peluca.
Es impresionante el fetiche que tiene esta gente alrededor del pelo femenino. Nacieron separados por conflictos territoriales y religiosos, pero están fuertemente unidos por la misma categoría porno.
Asumo que las reglas de cada religión se inventaron para frenar enfermedades venéreas, aunque la referencia constante al pelo y a los tobillos evidencia el furor que les provoca. ¿Me mirarán extasiados cuando paso por al lado, de refilón, en el Easy, con un jean ankle cropped y con el cuero cabelludo al descubierto? ¿Es el equivalente a ser tetona y no usar corpiño? No tengo canas; mi color de cabello 'perro labrador-chocolate' es natural, quizás eso los vuelve locos. Ojo, quizás me miren con asco, con odio, pasible de ser lapidada por trola y atrevida, insta-fatuada, paseándome en público con la cabeza al desnudo. Vuelvo entonces: son cosas que no entiendo. Como diría mi psicóloga “¿Y por qué pensás que opinan algo de vos? ¿Quién te crees que sos?”.
Adiós.
Pero hay más señales del fin de la cultura
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* Me da miedo que me fatúen.
Mi psicóloga: '¿Y por qué pensás que les interesa hacerlo? ¿Quién carajo te crees que sos?'