Se murió Nené, la dueña del diario en donde trabajé hace más de quince años en la ciudad de La Plata. Era una jefa violenta, de novela, que se había ganado una merecida fama de villana por amenazar gente, hablar como un cosaco borracho y despedir personal a fin de mes. La primera vez que la vi, estaba echando de su oficina a un empleado a los empujones, muy cerca de una escalera bastante empinada.
Era exactamente igual a Mama Fratelli de los Goonies
Su nombre era Myriam René Chávez de Balcedo, tenía 84 años, era petisa, pelirroja y con rulos siempre apretados. Me daba terror.
Desde siempre tuvo impronta de mafiosa y le encantaba avivar el chisme desde su oficina, contando anécdotas sobre cómo apretaba a funcionarios, una actividad que disfrutaba muchísimo. Esa clase de poder también se extendía a la redacción: por ejemplo, si un periodista despedido se negaba a abandonar su puesto de inmediato, ella mandaba traer al empleado más grandote de la imprenta (¡paren las rotativas!) para que saque al rebelde a la fuerza y frente a todos. Lo ví. La técnica funcionaba y quedaba chocha. Recuerdo que, una de esas tantas veces, el patovica de turno pidió disculpas y dijo que no le quedaba otra, que no podía perder el laburo. Una película de Leonardo Favio, o de Leslie Nielsen, no lo tengo claro.
Estos deslices no quedaban a puertas cerradas, porque el estilo de liderazgo era muy conocido en la zona y llegaba también al Ministerio de Trabajo. Balcedo se enteraba -le avisaban- y coordinaba los horarios de inspección, para que los que estaban “en negro” llegaran dos horas más tarde. El inspector iba más temprano, veía a cuatro o cinco personas -en regla- y se iba con la tarea realizada.
Ahora que lo pienso, no sé si estará realmente muerta. No es poco verosímil que haya huido a alguna isla, como si fuera una nueva Yabrán. En estos días, tenía que declarar en un juicio donde se la acusaba, junto a su hijo Marcelo (preso en Uruguay), de robar al menos 600 millones de pesos del sindicato SOEME, y desviarlo al diario. Sospecho que la cuenta quedó corta, y también que mi sueldo venía de ese lavadero.
La señora (así teníamos que referirnos a ella en público, en la redacción) heredó la dirección del HOY durante la enfermedad de su marido, Antonio Balcedo, un periodista, escritor y gremialista a cargo del Sindicato de Obreros y Empleados de Minoridad y Educación (SOEME), un hombre muy leído que tenía fotos con Perón en Puerta de Hierro. Abrió el diario en los ‘90 para competir con el tradicional "El Día", y durante algún tiempo lo logró, incluso superando un bloqueo de canillitas que solucionó poniendo puestos propios.
Dato turístico: si visitan la ciudad de las diagonales, todavía van a poder ver muchos puestitos verdes del HOY, identificados con un stencil casero.
La viuda de Balcedo, que siempre lo había acompañado, asumió la dirección periodística total y absoluta, además de los negocios turbios que esto implicaba, asuntos que, insisto, solía sugerir con una buena labia. “Yo a la casa de Scioli fui mil veces”, lanzaba con su voz aguda entre carcajadas, y no teníamos que entender mucho más.
Era inteligente, sabía mucho de historia y política, y estaba realmente enamorada de Antonio: se emocionaba cuando hablaba de él. En lo personal, de lo único que me acuerdo es que le gustaba manejar rápido su camioneta (hacía Hudson-Cariló en dos horas), siempre tenía un arma en la cartera, sabía andar en lancha (o me dijo que estaba aprendiendo), se hizo TODOS los dientes en una MISMA sesión con el dentista, solía mostrar fotos de sus nietos y le encantaban los perros. Era, en los días buenos, graciosa. Su mayor problema era que tenía un carácter explosivo, no conocía límites y por cualquier cosa se brotaba. Y se brotaba para mal.
En aquel escenario de gritos, violencia de toda clase y estrés crónico, el HOY publicaba algunas notas mediocres y muchas sorprendentemente geniales, aunque todo quedaba envuelto en un espíritu bizarro. Ese toque border lo daba el diseño de las tapas, sugeridos por ella e inspirados en lo peor de la revista Noticias y Página 12.
Algunas de mis favoritas son estas:
Mi vida laboral en años de Nené era así: llegaba caminando a las 15:30 a la redacción de la calle 32, un cubo de cemento de dos pisos con el frente vidriado. Después de pasar la mesa de entradas y un retrato de San Martín, llegaba a las computadoras en planta baja. La oficina de la jefa estaba en la planta alta, desde donde podía vernos a todos y, cuando se le ocurría, lanzar algún discurso a lo Evita en el palco: “¡Burros!”, nos gritaba. “¡Esto no es una escuelita!”.
Después, me bochaba la mayoría de los temas del día y los reemplazaba por pedidos absurdos, generalmente por notas que había visto en Discovery Chanel. Antes del cierre, dictaba por teléfono su editorial, con una capacidad realmente impactante, y hacía una ronda de llamados, sección por sección, a ver como iba la cosa. Dependiendo de su tono, inferíamos si había tenido un buen o mal día.
Al final, yo escribía entre una y dos páginas diarias, con un mínimo de dos artículos propios, seis días por semana, y con prohibición de faltar bajo cualquier circunstancia. Mi regreso a casa rondaba las 12 de la noche y a veces incluso soñaba con “la vieja”, convirtiendo al asunto en una espiral de tiempo indefinida.
Tengo varias anécdotas, pero son todas deprimentes, porque siempre involucran gritos o sangre, y no logran comprenderse fuera de ese ambiente particular como para que tenga gracia. Sólo aquellos que pasamos por esa redacción sabemos lo que vivimos, hermanados en una memoria dark y tragicómica.
Nené logró lo impensado: que después de su muerte, nadie intentara romantizar ni suavizar su personalidad.
Me fui del diario, entre otras varias razones, por sus brotes y su caótica gestión de recursos humanos. Eso no se lo perdono, porque a la sección Interés General le estaba yendo muy bien y podría haber seguido así. Si no fuera por ESE desborde.
Un día de agosto del 2014 llegué al trabajo y al rato se armó en la vereda una protesta de exempleados, que bloquearon la entrada. Me dí cuenta del reclamo cuando quisimos ir al chino con una compañera. En vez de dialogar o restarle importancia, la señora enloqueció, enojada por la sorpresa del revuelo y temiendo, sobre todo, que le rayaran la camioneta: le habían colgado una bandera y se puso muy mal. Entonces, llamó a la comisaría segunda y se aseguró de que todos escuchemos, de manera clara, sus negociaciones. Así fue como una tarde cualquiera terminó con gas pimienta, gente revolcada en la calle, policías sacados, periodistas llorando y un ataque de nervios mío; donde le grité a varias personas, aunque no recuerdo bien a quiénes.
Ese episodio marcó el fin de una etapa, no solo para mí, sino también para Myriam René, que tuvo tremendo quilombo y terminó siendo relegada por su hijo, cosa que no le gustó nada. No supe más nada de ella, hasta que metieron preso a Marcelo por lavado de dinero y quedó involucrada hasta las manos en la causa.
La gestión de “Marcelo Balcedo” fue rara: me contaron que reemplazaron varias PC por IMac y contrataron a 200 personas, cero sospechoso. Poco después, alguien iba a cruzar datos y confirmar que cada edición -el diario se repartía gratis- se bancaba con un desvío de fondos sindicales.
El tema derivó en un escándalo mediático que duró algunos pocos días y que salió en televisión, con algunos reportajes entretenidos e imágenes del material incautado: armas, animales exóticos, autos, lo típico. Marcelo fue la punta del iceberg en la investigación y Nené fue detenida en su casa del country Abril, luego liberada y a la espera de definiciones. (Acá los pedidos de la fiscalía)
Creo que hay un mito (para mi es mentira, pero dudo) que sintetiza su legado: se cuenta que, muy poco antes de que explote la causa, cuando todavía el Hoy funcionaba en calle 32, los empleados vieron como un camión se había estacionado en la vereda del edificio, con un acoplado enorme, que abarcaba todo el frente vidriado. Dicen las malas lenguas que lo pidió Marcelo para proteger el lugar de un posible ataque… de Nené.
Adiós.
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Excelente artículo!!!