El primer pensamiento del día es un misterio, que aparece de manera intrusiva y sin una razón clara. Puede ser recuerdo inútil, una reflexión pesimista, una idea que no voy a llevar a cabo, el hipopótamo Moo deng o una historia que leí y me obsesiona. Esta es una de ellas.
Un auto frenó en una estación de servicio para cargar GNC. Eran las 10 de la noche, había pocos clientes y la humedad dejaba una lámina brillante sobre el piso de hormigón. El silencio era rotundo, lo natural en Orán, una ciudad de cien mil habitantes y a dos horas de la capital de Salta. Como indica el protocolo de seguridad, las ocupantes se bajaron del Ford Fiesta: una mujer joven y sus tres hijos, que esperaron pacientes mientras el playero hacía su trabajo.
El tubo de GNC es un aparato cilíndrico, parecido a un matafuegos gigante y se coloca en el baúl, reduciendo casi toda la capacidad de guardar valijas. Lo bueno es que se gana mucho en ahorro porque es más barato que la nafta, entonces podés irte de vacaciones a bajo costo, aunque solo con un bolsito porque más, no entra. En un momento de los 2000, el sistema se puso de moda por su conveniencia, resolviendo gran parte de la vida de los remiseros. El tema es que al ser más inestable que el combustible, por su composición química, conviene alejarse del proceso y ubicarse sobre el frente del auto. El playero conecta la manguera directamente en el tubo, y se escucha un pitido finito.
Menos mal que esa noche fueron precavidos: algo en el sistema falló y el tanque de gas explotó furioso, dejando la parte trasera del auto completamente reventada y a todos en shock. Una pesadilla para cualquier usuario de GNC.
Lo que siguió, fue onírico. Mientras se recuperaban del susto y chequeaban que todos estén bien, se dieron cuenta de que el humo que los rodeaba no era humo: era un polvo fino que los envolvía. Se pasaron la mano por la cara y se resfregaron los párpados, que quedaron blancos, como un mimo.
En ese momento el playero olió, recorrió la escena con la mirada, tuvo un momento de lucidez y tomó conciencia de lo que pasaba: estaban en medio de una nube gigante de cocaína. Se les había pegado en la cara, en la ropa y un poco en los pulmones.
A excepción de una de las nenas, que apenas se había lastimado el ojo, no hubo heridos. Un milagro, siendo que alrededor de la familia y el playero habían caído, como meteoritos , varios ladrillos de merca. Veinte kilos en total, según contaron después los peritos.
Probablemente los paquetes estaban adentro del tubo de gas y por razones obvias (una mala soldadura, un pésimo cálculo) el plan no funcionó. Desde la estación de servicio llamaron a la policía. Cuando el móvil llegó, se produjo otro plot twist: la dueña confiesa que era policía bonaerense.
Qué posibilidades hay, en el marco de la vida actual,
de trabajar en una playa de estacionamiento
Cargando GNC en el turno noche
En Orán
Que llegue un Ford Fiesta
Con una mujer y sus tres hijos
Y que el tanque de gas explote
algo que pensabas estadísitcamente improbable
Pero no morir ni salir herido.
Darte cuenta de que estás vivo
cuando no tenías ninguna chance
Resfregarte los ojos para poder volver a ver
Y descubrir que el humo ácido que te nublaba la vista
En realidad era una nube de merca
Que salía del auto y te rodeaba por completo, el pelo, la ropa
Y no quedaba otra que respirar.
Mirar alrededor
Y confirmar que las esquirlas que escuchaste caer con fuerza
Y que temiste que te maten
En realidad eran ladrillos
También de merca,
Que saltaron como una piñata
Que la dueña del vehículo
era policía bonaerense
Y que cuando la agarraron dijo que no tenía ni idea de la cocaína
ni de los 20 celulares que había adentro del auto.
Nadie volvió a ser la misma persona.
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Fascinante
Poesía.