Trabajando en un medio periodístico hace algunos años, me enteré que Juan Grabois no era cura, una cuestión que hasta ese entonces discutí a muerte. ¿Cómo podía ser?
No tengo ni una sola duda, es un monaguillo devenido a sacerdote y esto es una realidad innegable, su vida cívica (se supone que tiene esposa e hijos) es una pantalla y no hay nada que me pueda convencer de lo contrario.
Si no entra al seminario ahora, va a terminar como esos chiflados que están en la iglesia todo el tiempo, pasando un trapito con Blem a las estatuas o jugando a ser secretario del párroco.
Su lugar en el mundo -si yo fuese su rabino consejero, es lo que le recomendaría- es el de “cura villero”, pero este rol conlleva dos problemas: primero tiene que vivir en la villa y después dejar de ser un terrateniente megamillonario nepobaby. Recuerdo cuando su alma de patrón lo llevó a ocupar una estancia y terminó matando un cordero campeón, todo en un nivel de cringe indescriptible. Añoro cuando la televisión era tan divertida. ¿No hay ningún criminal que se fugue? ¿Ni eso tenemos?
Hay consenso sobre que no tiene ganas de ser cura del tercer mundo y que, en cambio, hizo lo que cualquiera de su clase social: hacerse amigo de los poderosos de la iglesia, incluyendo al obispo porteño devenido a Papa. Un signo de estrato conservador que él lleva a la apoteosis.
Me divierte Grabois porque es un personaje que podría estar en algún capítulo de Larry David o Seinfield (obvio que David lo odiaría y le haría alguna maldad), es una starlet mediática que no hace ni dice nada interesante, en lo que Bernardo Neustadt llamaba despectivamente “Doña Rosa”, una máquina de lugares comunes, simplificaciones, reducciones, conceptos masticados (de los que escuchábamos en el curso de ingreso de la facultad) y aún más lugares comunes.
Me encanta también que se customiza para el personaje, como cuando María Antonieta usaba vestidos de lino para pasear por la huerta del palacio y estar cerca del pueblo: él se viste con sweaters con pelotitas y usa una bolsa de hacer mandados para llevar sus papeles. “Quiero flashear ser pobre” decía una canción, y así convoca a miles de personas unidas para lavar culpas de clase.
Sumado a esto, tener la salud mental desordenada lo convierte en un carismático total indiscutido: sin hacer campaña sacó el 6% en las PASO del PJ, en una impresionante performance frente a Massa. Este resultado no salió de la nada, su fortaleza viene de dirigir agrupaciones con cajas enormes que maneja hábilmente, con una batuta importante: es un tipo capaz de meter una movilización llena de gente en la puerta de tu oficina y hacerla desaparecer si negoció bien.
Hasta acá, un nepobaby más, que está donde está por ser hijo de Pajarito Grabois. En el peronismo, el que tiene apellido conocido (y una torta de guita, si es posible) lleva la delantera y siempre gana, es un desperdicio -en términos económicos- no ser diputado o presidente de una agrupación peronista si hay una familia que respalde, porque lo único que hay que hacer es mostrar el documento. Realmente es un negoción.
En otros partidos, como el Pro, el tema “nepo” no está para nada solapado, la gente se hace cargo de la herencia y gusta de mencionarlo, hay una especie de orgullo en tener abuelos latifundistas y proyectar tu vida con este paraguas. Creo que en la UCR pasa más o menos lo mismo, pero en formato reducido, no hay tantos primos y les importa más a qué colegio fuiste.
Así las cosas, el hijo de Pajarito goza de herencia monetaria y política, lo que aceleró su llegada al rol de “referente” y escaló con un discurso alejado de cualquier complejidad, usando palabras que no requieren esfuerzo cognitivo alguno. Es eso lo que hoy atrae a las masas, que son bien simplonas. La prueba cabal de que es un hombre corto (no en el sentido petiso sino de “corto de mente”) es que a la primera de cambio se enoja y chilla, se pone loquito en cuestión de segundos. Sus intervenciones se convierten, de esta manera, en incomodísimas, porque siempre está al borde del derrape, con esa mirada brillosa y perdida que pone cuando alguien le dice algo que no le gusta. ¿Quiero ver un debate donde se le empieza a deformar la cara y en cualquier momento se pone agresivo? Mejor poner HBO que para eso lo pago.
Me indigna que no se haya dedicado full a la abogacía, que parece muy ducho y habría sido mucho más productivo: algo que también le diría como su rabina consejera. Lo vimos en estos días con el hit del momento: “dos galpones con alimentos no perecederos” (tenemos la vara cada vez más baja de la corrupción), donde le fue bastante bien en la mediación con los libertarios y, más allá de alguna bravuconada al juez, parecía un buen profesional. Pero un nanosegundo después se puso a gritar desencajado en los pasillos del tribunal, pecheando (siempre pechea) con los cachetes inflamados y ojos venosos a sus rivales, otros dos impresentables. A uno le dijo lechón y a la otra kuka chorra, con tonito de bully, me hizo reir. Podría haberse ido caminando victorioso, pero se arrojó al escándalo: le cuesta, o más bien no puede, evitar la violencia.
La fama, la tele, el vitoreo popular, la foto en el diario, la generación de contenido, todo eso lo llevó por el mal camino. La vanidad es pecado capital, debería saberlo muy bien siendo cura.
El nepobabismo estructural al sistema partidario y de gobierno empeora todavía más a un sistema que está recontrapodrido. Una buena medida podría ser la que hacen algunas empresas, que prohíben el ingreso de familiares, porque saben que es para mal. El mundo sería un lugar mejor, aunque no creo que los Menem aprueben la moción, ni nadie más, porque la gente que entra en política no se caracteriza por tener un espíritu noble y tenemos familias enteras enquistadas que contribuyen directamente al déficit.
Claro que hay nepobabies que en otros rubros que la rompen (como Miley Cyrus), “hijos de” que son excelentes, motivados y entrenados por el talento de su entorno. Sabemos que no es lo usual (los canales de streaming son la prueba) pero en política nos quedamos sin ejemplos, quizás Máximo y Ricardito sirvan para ilustrar el drama de los que nacieron con demasiados privilegios, demasiada autoestima, demasiada realidad disociada. Gente que no tiene en su semiosis otro punto de vista que el de ser un jefe, porque nacieron con el falso derecho adquirido a gobernar, a tener secretarias y asesores gratis. Al igual que hay pocas buenas secuelas, no me acuerdo de un nepobaby político que supere a su antecesor.
El asunto es que Grabois, además de ser “hijo de” con poco vuelo, me tiene podrida, invadió mi espacio personal esta semana, se encargó de hacer monerías para salir en todos los diarios, portales, canales de televisión, streamings y redes. Hasta hizo un show con un debate con Ramiro Marra, siempre agitando piña pero no pegando nunca (cagón). No me deja en paz.
El chanchullo de los alimentos retenidos por el Ministerio de Capital Humano merecía toda nuestra atención, pero a esta altura me gustaría gritar por la ventana que ya me enteré, que ya entendí, que basta, que me saturan y que estoy dando la vuelta de rosca al nivel “metanse el galpón de Tafi del Valle en el orto total la comida era para gente que votó a Milei”. El hartazgo me lleva a lo peor de la humanidad.
Este tema, apropiado por Grabuá, expone que el gobierno es chiruzo, corrupto y que no sabe hacer su trabajo (aunque nunca imaginamos lo contrario) y que estamos en tiempos de la mononoticia, donde un mismo título ocupa todo el territorio virtual. Es la SEOcracia, la dictadura de las palabras-claves que funcionan en google y traen views a los portales en detrimento de la labor informativa. Insoportable.
Lo bueno que rescato de la presencia mediática de Grabois son sus rencillas con Adorni, Pettovello, Villarruel o la chica nueva Gianni, es una pelea entre fronterizos: el otro dia se agarraron a ver quien era más católico y aplaudí ese cruce, ojalá haya más y se den con todo en vivo, a las piñas (reales, no esperando que los frenen, como hace el cura), en un coliseo romano, y el que pierda sea crucificado en vivo por el mismísimo Edgardo Alfano.
Adiós.
Pero hay más señales del fin de la cultura:
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Excelente nota