No todo lo que pasa en el mundo ocurre en el Congreso de la Nación ni en Springfield, Ohio. Esta semana, según un comunicado en Instagram, se disolvió el grupo "Hombres UNGA" (Hombres Unidos en Gratitud & Amor) y la noticia me dejó helada, porque era una cuenta que disfrutaba seguir como si fuera una novela, posteo a posteo, y que solía recomendar.
Los UNGA eran cuatro tipos que llevaban adelante una serie de encuentros exclusivos para hombres en Maldonado (Uruguay), con el objetivo de fomentar la confianza y el contacto emocional masculino. Las técnicasque usaban nunca quedaban del todo claras, salvo por algunos videos cortos grabados en un parque verde y frondoso, ideal para "resonar y sanar". Uno de ellos se llamaba Inti (siempre sonriente), y otro parecía un vendedor de Remax.
Para atraer más seguidores a su causa y ofrecer los talleres pagos, publicaban reels donde se los veía abrazados, formando círculos y hablando a cámara sobre la importancia de la confianza inter-hombre. Al final, entonaban a coro la misma pregunta: "¿Y tú, qué sientes al ver esto?". Lo que yo sentía, en realidad, era la necesidad urgente de compartirlo, porque alguien más tenía que verlo.
Descubrí la cuenta hace varios meses a través de un reel viral y me obsesioné con sus posteos, donde repetían diálogos acartonados y sonrisas forzadas. Ahora, lamentablemente, solo uno de los cuatro (y el menos memorable: un joven pseudosurfer que parece criado entre San Isidro y Vicente López) seguirá con el proyecto. El resto tomará nuevos rumbos, que imagino será manejar sus inmobiliarias o campos.
Las redes, además de adictivas, son el lugar donde habitamos los que trabajamos con comunicación y parte de nuestra supervivencia es distinguir entre lo genuino y lo falso, un límite que ya sabemos que es borroso. Los UNGA me generaban esa duda constante, y formaba parte del encanto. ¿Me estaba comiendo un fake? De ninguna manera: ellos estaban vibrando alto en la masculinidad.
El concepto de estar viendo algo que suena a chiste -pero no lo es- se puede graficar con la cuenta de Instagram de Adriel Fantasía, otro “facilitador” de cursos que se presenta como emprendedor argentino en Glastonbury (UK) y "consciousness trainer". Al igual que los UNGA, inicialmente pensé que se trataba de una parodia.
Detrás de estos chicos hay dinero y creyentes. En agosto, otro grupo de señores organizó el tercer “Encuentro de hombres conscientes” en Córdoba (siempre pasa algo raro en Córdoba) y les fue bárbaro: se viene otro, en el fin de semana largo de octubre. El encuentro se está convirtiendo en una pyme prometedora. Le pregunté a una amiga, no sin algo de maldad, cuántos violadores per cápita pensaba que se habían inscripto, pero ella prefirió ser más razonable que yo.
Más info en biolink.website/encuentro.de.hombres
Estos ejemplos son sólo una ínfima muestra de un boom: los retiros exclusivos para hombres están en auge y se convirtieron en un negocio pujante en todo el mundo.
Antes, los retiros eran productos que apuntaban únicamente a religiones, colegios privados o al PRO. Ahora, con todo lo que les está pasando a los muchachos (como a Briegger), el público se amplió de manera sustancial.
Más allá de las diferencias entre un curso y otro, hay patrones que se repiten. Por ejemplo, los protagonistas suelen contar que tuvieron un pasado oscuro o miserable, pero que luego lograron alcanzar el éxito de manera autodidacta y gracias a su conocimiento. También, que este “camino del héroe” lo iniciaron a pura fuerza de voluntad y en solitario, pero quieren compartir su técnica con el resto del mundo. Los temas son recurrentes y trabajan conceptos como la valentía, la superación, el propósito o el aprendizaje de los errores. La sonrisa que tienen es perturbadora.
El contexto opera como viento de cola, impulsados por la fama del emprendedurismo (o la fantasía de hacer guita siendo monotributista), la crisis global (nadie esta conforme con su sueldo) y la democratización de los medios masivos (o el sueño de ser instagrammer). Un ejercicio divertido es atender al crecimiento de los individuos que están tratando de pegarla en redes para subirse al negocio: recomiendo a Omar Smolje, que no tiene desperdicio.
Esto no es un fenómeno sudamericano, es mundial. En países como Australia y Estados Unidos abundan, aunque no siempre son tan “jipimente correctos”. Algunos cobran miles de dólares, se organizan en hoteles, se enfocan en el networking y entrenan con muchísimo peso: parecieran espacios seguros para ser un varón tradicional. Obviamente, hay momentos de abrazos, vulnerabilidad y llanto.
¿Y si sale bien? Existen optimistas que ven en estos proyectos una oportunidad de cambio. Otros, dicen que es una chantada oportunista. Como no soy hombre, mejor no opino.
¿Hay versión coquette?
Retiros exclusivos para sensibilizar mujeres no abundan, y es lógico: buena parte de la vida femenina consiste en juntarse con otras a hablar sobre dramas personales, y a nadie se le ocurrió que podía monetizarse en forma de “encuentro temático”. Todas mis amigas me vieron llorar y yo a ellas, es lo normal, nadie quiere pagar por eso (ojo, habría que buscarle la vuelta).
Existen casos puntuales de algunas influencers que orbitan el universo “cursos de comportamiento”. Un ejemplo es @adioscachorra, mujer que construyó una comunidad de seguidoras a partir de sus recomendaciones para conseguir marido (o, como mínimo, tener alguna cita). Las sugerencias que hace no están exentas de controversia pero tienen mucho éxito, al menos para ella: publicó un libro y da talleres para ser más “gustable” a los hombres. Escudada en la motivación, cada frase de Lucía Numer desprende un tremendo olor a amargura y desequilibrio emocional.
La contrapartida más acertada de los encuentros para “ser hombre” está, en realidad, en las cuentas sobre “cómo ser mujer”. Son las que difunden habilidades tradicionalmente asociadas a lo femenino (limpiar, cocinar, criar) y derivaron en la moda de las trad wives, un placer culposo diario que genera revuelo feminista por su virtual retorno a la servidumbre.
Mi favorita es @BallerinaFarm, una rubia mormona multimillonaria que vive en un rancho espectacular en las montañas de Utah. A diferencia del paupérrimo diseño gráfico de “Adiós cachorra”, las publicaciones de Ballerina Farm (Hannah Neeleman) están muy bien hechas y se nota que le pone guita a su estrategia de comunicación, lo que me cae bárbaro. Cero rata, full profesional y de efecto miorelajante, tan poco verosímil como una comedia romántica.
La presunta vida diaria de Hannah transcurre con ocho hijos y sin un gramo de grasa corporal (una genética bendecida), cocinando tortas y peinando nenes bien vestidos. En cada publicación, vamos armando el rompecabezas de su storytelling y conociendo un poco más al personaje.
El escenario habitual de Ballerina Farm es una cocina muy linda, con jarrones de flores frescas y mil hijitos con botas texanas (algunos incluso se copan cocinando), donde ella hace todo desde cero, incluso lo que menos te imaginás: hornea pizza con el queso que fabricó después de ordeñar una vaca, y una torta con manteca casera y frutillas cosechadas por ella misma. Estas escenas hogareñas se alternan con las subtramas: la preparación de los chicos antes de ir a la iglesia, la producción ganadera de su estancia y sus participaciones en el concurso Miss America. Todo está tan cuidado que jamás se ve a ningún empleado de fondo. NUNCA.
A Neeleman la destrozaron después de una entrevista, acusándola de retrógrada. No digo que sí ni que no, porque el problema no es tanto que sea una mormona con el útero del tamaño de una sandía, sino la falta de conciencia que tienen sus consumidores respecto al “detrás de escena”, o mejor dicho, las condiciones de producción de su contenido.
La incapacidad de registrar algo tan simple como el fuera de plano, de pensar de dónde viene la iluminación o el sonido, o siquiera cuánto cuesta (en plata, equipo o tiempo) hacer cada video, o cómo hace para cuidar sola los ocho pibes, es un gran dato sobre la falta masiva de comprensión lectora audiovisual, en un mundo hecho de imágenes. Lo interesante no es solamente lo que se efectivamente muestra, también es lo que no se cuenta. Pero la ilusión de espontaneidad habla de un analfabetismo generalizado, que nos puede ayudar a entender algún que otro derrape social.
Y si yo lo ví, ustedes también:
Adiós.
🚩 Pero hay más señales del fin de la cultura:
Hubo un tiempo en que llegaban a mi correo oleadas de invitaciones a retiros en el bosque para celebrar mi masculinidad. Casi me hacen dudar de mi identidad y por poco acabo en el registro para llamarme Manolo.
no quiero reírme, pero estoy tentadísima